Ficha 10 Calle Frederick

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Críticas de 10 Calle Frederick (1)


Mad Warrior

  • 29 Oct 2023

7



Al borde del abismo, esos ojos viejos y cansados han podido contemplar la única cosa rebosante de vida y sinceridad que ha conocido: la sonrisa de su querida hija Anna.
Sonrisa que encenderá por última vez la llama ya apagada de un corazón en ruinas, consumido: el del sr. Chapin...

De las garras de John Henry O“Hara surgió la tan conmovedora tragedia de este personaje, clásico y habitual de su obra, cuya gris existencia está rodeada de una silenciosa desesperación sin el beneficio de una salida esperanzadora, quedando una realidad dura y e implacable; en el seno de esa ficticia Gibbsville que también se halla presente en la mayoría de sus novelas se arremolinan conciencias malévolas y secretos cínicos. Un poso amargo debilita el alma volviendo al tópico ilusorio del “Pudo ser y no fue“; como el protagonista confiesa a un amigo al poco de haberse casado: “Es horrible, ¿verdad?, cómo pasamos nuestra vida esperando algo...“.
El que fuera amo y señor de las publicaciones en el New Yorker, hábil corresponsal de guerra y un hombre terriblemente ególatra, megalomaníaco, además de alcohólico, afianzó su reputación tras publicar en 1.955 la pesimista, áspera y no poco audaz elegía de Joseph Chapin, “10, North Frederick“, total éxito de ventas, considerado por muchos de lectura obligada y presa de los buitres de Hollywood, a la caza de alguna historia relevante, y sobre todo morbosa, sobre la desmitificación de la clase alta norteamericana, que tanto seguía siendo objeto de fascinación por culpa de los grandes musicales (ese mismo año se estrena “Alta Sociedad“, ejemplificándolo a la perfección...).

Sin embargo el pobre Philip Dunne tuvo que verse en el compromiso de condensar lo escrito por el de Pennsylvania en esas más de 400 páginas para un metraje que no sobrepasaría las dos horas. Tal vez era un guionista consagrado (habiendo prestado sus servicios a Henry King, John Ford, Elia Kazan o Henry Hathaway), y desde hacía poco director solvente en una 20th Century Fox en declive, pero su decisión de mutilar la obra original con tal torpeza contradice el respeto y admiración que dice tenía hacia el autor...o tal vez fue culpa del productor Charles Brackett, además de la censura que la compañía impuso a ciertas partes incendiarias del libro.
Su versión cinematográfica también empieza, no así, con las concurridas honras fúnebres de ese abogado de prestigio cuyo hogar hecho pedazos ahora, en 1.945, se llena de rostros arrugados para rendirle un tan sentido como hipócrita homenaje; unos reporteros piden al fiscal del distrito Williams que sonría, y apenado responde “Esto es un funeral“, hasta que, en efecto, enseña sus dientes de marfil para la fotografía. Ni dos minutos y la primera mentira ya asoma. Este es el imaginario cerrado y cómodo de la alta sociedad de Gibbsville, al cual no pueden ser más ajenos los jóvenes hijos del difunto, que entre alcohol, bromas y recuerdos viajan en el tiempo.

Dunne entonces desarrolla su historia en “flashback“, pero sólo retrocede hasta la celebración del 50 cumpleaños de Joseph, a quien da su endurecido rostro un Gary Cooper perfectamente identificado con él, y no sólo por la edad (en ese momento se hallaba en la recta final de su carrera y su vida, tenía ya 57 años y los mismos ideales conservadores...eso sí, no estaba igual de arruinado, y todos le respetaban). Es fácil olvidarse de lo demás cuando aparece este titán del cine y el director aplica a su historia, revestida de la elegante y triste fotografía del maestro Joseph MacDonald, ese tono crudo, colmado de desprecio y odio en sordina de la novela, sin embargo la estructura narrativa es el mejor ejemplo de sus errores.
Porque el guión se deshace por completo de la infancia, harto desagradable, del personaje, de cómo el matrimonio infernal de sus padres Ben y Charlotte transmite la fatalidad al suyo con Edith, un halo de tristeza que es el sino y la seña de identidad no sólo de los Chapin, sino de los individuos de la alta sociedad de esa estricta y bien estructurada comunidad (para O“Hara “Una pareja casada representa una imagen tremendamente falsa, pero es una imagen que el mundo encuentra reconfortante y conveniente“). Eliminados los antecedentes familiares, Dunne se centra primero en los hijos.

Curioso, ya que eran más vitales en la novela como el objeto de los corrosivos ataques de venganza entre esos abuelos que aquí no aparecen jamás. Esta 1.ª parte enfrenta el encorsetado mundo de política y engaños en el que está metido Joseph con el de los anteriores, esos rebeldes Ann y Joby (muy creíbles Diane Varsi y Ray Stricklyn), cuyo gusto por la música y en contra de los deseos paternos de ser abogado lleva a la primera a una aventura de agrio final con un trompetista de vida poco fiable.
Pero para empezar éste es sólo uno de los varios encuentros sexuales de la hija en el libro, que terminaba en un aborto forzado, demasiado crudo para la época y para Fox.

Ninguna de las instituciones en Gibbsville son sagradas: ni la de la política, la social o la matrimonial, de hecho las esperanzas puestas en cualquier unión de matrimonio se ven rápidamente hundidas. Durante estos episodios sobresale mejor la pérfida personalidad de Edith, trasunto de lady MacBeth y una de las peores mujeres fatales del cine (también la más desconocida); incluso sin mostrar las brutales ansias de dominio y maldad del personaje original, la veterana Geraldine Fitzgerald se come la pantalla (o la envenena) y de paso a este irreconocible Cooper, demacrado espiritualmente en su papel de Joseph, derrotado y manipulado en todos los aspectos.
Por eso mismo hay que hacer un esfuerzo sobrehumano para encajarle en tal papel, de hecho lo que hizo fue sustituir a Spencer Tracy, pero quizás Ray Milland hubiese sido mejor opción. No desmerece aun así verle asfixiado entre víboras que quieren sacar jugo o de su posición o de su fortuna, mientras Edith va enseñando cada vez más sus colmillos tras cortar él sus lazos con la política. Entonces Dunne lleva la 2.ª parte a un terreno extraño, usando, de las múltiples historias que atestan el libro, una muy pequeña, pero también significativa: la aventura de Joseph con la compañera de piso de una independizada Ann.

En este punto de la historia él es un cascarón en busca de la única persona que ha conseguido hacer vibrar su corazón; Kate Drummond (aquí la hermosísima actriz y modelo Suzy Parker) no vendrá a ejercer el rol de hija sustitutiva, sino de repentina amante...y la película cambia por completo. Haciendo honor a las reflexiones en la novela sobre el protagonista (“Nunca se sintió tan profunda, completa y felizmente enamorado“) Dunne fabrica para él el más grande de los romances furtivos; ya no hay conflictos políticos ni climas agobiantes y tanto sus “colegas“ como su esposa desaparecen de nuestra vista para siempre.
Más que un romance un sueño, luz milagrosa en un panorama sombrío...y tan empalagosa como los melodramas de RKO de la década anterior, que no hubiera pecado de tanta cursilería tal vez de estar en las manos de un verdadero especialista de los mecanismos del género como Douglas Sirk, ¿a lo mejor Delbert Mann?, o de presentar unos audaces registros formales, de lo que se podría haber ocupado Jean Renoir. Pero Dunne celebra el amor aunque parezca tan efímero como los adornos de Navidad de casa de Kate, y reivindica al hombre pequeño tan común en la filmografía de Capra, antes de ser consciente de las rígidas reglas de un mundo donde es mejor permanecer fiel a unos principios morales.

Repitiendo la satisfacción de vivir un “affair“ de juventud como hiciera en “Love in the Afternoon“ (pero aunque menos creíble, en aquélla estaba Audrey Hepburn...), Cooper nos conmueve el alma mostrando esa agradable sonrisa en su envejecido rostro y clamando que es la primera vez en su vida que se ha enamorado. Por desgracia el desvío en la senda marcada viene como se fue: de repente.
Kate, que llegó tras una hora transcurrida, quitó el protagonismo a Fitzgerald, Varsi, Stricklyn, Philip Ober y Tom Tully como si esta fuera su película y se adueñó del argumento...así, por las buenas, nos la roban del encuadre. Ya que Dunne iba a tomar sólo esta parte del libro podría haberlo tratado de mejor manera.

Nos queda ese reencuentro mágico entre padre e hija, las sacudidas emocionales de un Joseph rozando el final con el vaso en las manos, el visceral discurso de Joby contra su madre (que yo lo habría hecho más largo y más violento), el rubí ofrecido como prueba de amor verdadero en una casita oculta en las montañas. Posee instantes inolvidables, sí, y un trabajo interpretativo notable, pero Dunne necesitó revisar la caótica estructura final.
Inesperado fue por tanto que el propio O“Hara dijese que era la mejor adaptación de sus obras (bajo la influencia del alcohol, claro...). Quizás no reparó en algo curioso que también podemos encontrar: una de las peores actuaciones de la Historia del cine (Barbara Nichols como la prostituta Stella, engalanada con un vestido de Marilyn Monroe...terrible, terrible esta escena, que ni está en el libro).



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